domingo, 30 de diciembre de 2018

“Tres rostros” distintos de la misma moneda o cómo ser artista en medio de una dictadura y no morir —o suicidarse— en el intento


Póster "3 Faces"

El cineasta iraní más celebrado de los últimos años regresa a las pantallas luego de múltiples visitas a la prisión y largas temporadas bajo arresto domiciliario. Para Panahi, la censura y los obstáculos políticos han sido fuente de inspiración y el motor creativo más importante durante los últimos años. En 2011 nos asombró con This Is Not a Film, la película que rodó al interior de su casa con un modesto iPhone durante un periodo de arresto domiciliario. Luego vendría Pardé, también conocida como Closed Curtain (2013), en donde Panahi vuelve a enclaustrarse para abordar la melancolía a través de la voz de un guionista que nos remite a los diálogos de aquel Pirandello de Seis personajes en busca de autor. Así, el cineasta iraní poco a poco abandonaría el cascarón para regresar a las calles, como lo hizo en Taxi (2015), película que le otorgó el Oso de Oro de la Berlinale de aquel año. En Taxi, Panahi emplaza su cámara al interior de un automóvil en donde el restringido ángulo de visión no fue un impedimento creativo. El cineasta opera la cámara con una manivela y así va contando distintas historias que son, en realidad, una serie de flashmob documentados en lo que para mí es una de sus más brillantes obras. Así, Mr. Panahi, como le suelen llamar en sus películas, fue articulando un lenguaje original en donde transforma los límites del espacio cinematográfico valiéndose de recursos alegóricos y abstracciones para completar su narrativa.

Cuando afirmo que Tres rostros sí es una película, me refiero al sentido tradicional del concepto de película. En esta ocasión podemos ver-y sentir-un lenguaje mucho más libre: exteriores, interiores, movimientos de cámara más elaborados, incluso algunos travelling y todos esos elementos técnicos que seguramente extrañaba de aquellos primeros años de su carrera. También destaca el retrato costumbrista logrado por Panahi, que va desde anécdotas dignas del realismo mágico contadas con un gran sentido el humor-como la del prepucio-para así completar el retrato de una sociedad conservadora que termina causando la desesperación y frustración de la protagonista(s). El lenguaje barroco y el exceso de cordialidad de los habitantes no es más que hostilidad disfrazada. La sensibilidad femenina con que se aborda la historia permite que el director pase a ser un testigo del drama de estas dos mujeres que desafían los parámetros establecidos para su género en una sociedad conservadora, construyendo así una sutil defensa de los derechos y las libertades.

Siguiendo el hilo costumbrista, Panahi realiza numerosos homenajes a su mentor Abbas Kiarostami, particularmente a Where Is the Friend's Home (1987), reelaborando el plano de las dos personas sentadas frente al pórtico, mientras que al final de la película se despide emulando el memorable y tal vez más estudiado plano en la filmografía de Kiarostami: la montaña seccionada por un camino en zigzag. También se pueden apreciar algunos guiños al Bresson de Au Hasard Balthazar (1966).

Abbas Kiarostami. Where Is the Friend’s Home. (1987)

Jafar Panahi. 3 Faces. (2018)

Panahi comentó en entrevistas que para este trabajo se basó en una historia real sobre el suicidio de una jovencita que aspiraba a ser artista, pero las ideas conservadoras de su entorno la llevaron a quitarse la vida. En Tres rostros podemos comprender el retrato que Panahi realiza de sí mismo, ya que ha sido víctima de persecución política en numerosas ocasiones, mientras que Behnaz Jafari, en su papel de actriz famosa, es respetada por aparecer en telenovelas y no por su talento u oficio, del cual incluso se burlan llamándoles "teatreras". Finalmente tenemos el drama de la chica que quiere ser actriz y que las costumbres de un pueblo perdido en las montañas se lo impiden. Spoiler Alert: Panahi nunca explica cómo es que se editó el video del supuesto suicidio de la chica en la película, ya que asegura que nadie en un pueblo perdido en la nada podría haberlo editado. Al final nos deja ese hueco en una película que por lo demás funciona perfectamente por su ritmo, naturalidad y sobriedad.

Abbas Kiarostami. Where Is the Friend’s Home. (1987)


miércoles, 26 de diciembre de 2018

Entrevista y reseña sobre el documental: "Un filósofo en la arena"




Entrevista y conversación con Jesús Muñóz, codirector del documental Un filósofo en la arena (México, 2018).

Para el filósofo Francis Wolff, las corridas de toros son una tradición condenada a desaparecer. Es precisamente la figura de Wolff el tema central del documental Un filósofo en la arena (2018), dirigido por Aarón Fernández y Jesús Muñoz. El filme tuvo su estreno durante la pasada edición 33 del Festival Internacional de Cine en Guadalajara y se trata de una coproducción México-España. Con una duración cercana a los 100 minutos, el documental se arroja valientemente en un tema poco conocido por sus realizadores, quienes terminan pasando de forma involuntaria de los tendidos al ruedo para bregar un tema polémico como lo es la tauromaquia.


La película arranca con espontaneidad y buen ritmo en lo que parece ser una road movie que llevará a Francis Wolff por las principales plazas y festejos del mundo taurino, pero a las primeras de cambio la forma se desdibuja para abrir paso a un retrato que se construye a partir de las ideas del propio Wolff, quien parece que por instantes toma las riendas de la dirección del filme.

Desde el inicio Wolff deja clara su postura valiéndose de una retórica sólida y consecuente. Las reflexiones del filósofo francés, que aparecen en su mayoría mediante el recurso de la voz fuera de cuadro, se van apoderando del discurso documental, como esta reflexión que se repite en un par de ocasiones: “La moraleja de las corridas de toros, es que nadie tiene derecho a matar al animal respetado si no pone su vida en juego”.

Desafortunadamente, el documental entra al trapo del discurso antitaurino, lo cual le resta importancia a la premisa, pues no sólo es clara y conocida la postura de Wolff, sino que el abismo de argumentos que hay entre ambos bandos es enorme. Escurriendo el bulto, los directores utilizan las intervenciones de los anti taurinos para distanciarse de las opiniones de Francis Wolff, olvidándose de que la parte central del documental es un personaje abiertamente taurino y la película trata exactamente sobre eso, su más grande pasión: los toros.

Se dice que para torear hay que parar, templar y mandar. Eso también podría aplicarse a cualquier arco dramático. Desafortunadamente, el desarrollo del documental no satisface este requerimiento y se torna, por momentos, inestable. El montaje, un tanto confuso, brinca de una idea a otra sin dejarnos seguir el hilo de pensamiento organizado que va suministrando en pequeñas dosis el filósofo francés.

Vale la pena hacer mención de la fotografía, que nos regala hermosas pinceladas: una sorprendente toma aérea sobre la Plaza México con un lleno hasta la bandera, un par de postales que capturan la belleza del campo bravo y los paisajes que se muestran a través de la ventanilla del tren a su paso Francia.

Otro tema que surge al hilo del debate es cómo entendemos la muerte en el siglo XXI, en oposición con los valores del s. XX —y anteriores—. Wolff nos hace intuir la farsa que reside detrás de la corrección política, tema que aborda fugazmente una de las académicas en cierto fragmento del documental, catalogándolo como una “moda”.

Con mucha sinceridad, los directores de Un filósofo en la arena abordan un tema escabroso. Aún cuando el resultado fue un poco distinto a lo que esperaban —según me contó uno de ellos en una entrevista— deciden seguir adelante a sabiendas de que la  conclusión del documental puede ser entendida como una apología de la tauromaquia, de la cual ambos no son simpatizantes, pero finalmente allí radica el sentido del género documental: poder abordar un tema y explorarlo, mostrar que no hay tópicos sobre los que no se pueda hablar, o filmar, en este caso.

Finalmente, en corto y por derecho, Francis Wolff sentencia: “Nuestras sociedades productivistas prefieren la muerte en los mataderos, mecanizada e industrial. Muerte fría, oculta. En ese mundo de violencia aséptica yo no quiero vivir. Y ustedes qué tanto se identifican con el toro: ¿Preferirían una vida de esclavos o morir en el matadero? ¿O vivir libres y morir peleando?”